Se retiran los últimos cubanos de Guantánamo

BASE NAVAL DE GUANTANAMO, 14 de Diciembre. -Durante más de medio siglo, Luis La Rosa y Harry Henry han salido de sus casas antes del amanecer en la ciudad cubana de Guantánamo, donde viejos automóviles estadounidenses pasan frente a enormes cartelones con la imagen de los hermanos Castro en imágenes reminiscentes de la Guerra Fría.

Después de abordar sus taxis, una y otra vez han llegado a la base estadounidense de la Bahía de Guantánamo, donde los soldados compran en tiendas por departamentos y comen en McDonald’s.

El viaje al trabajo les lleva menos de una hora pero abarca dos mundos y una frontera fuertemente custodiada.

Ahora esa rutina toca a su fin. La Rosa, un soldador de 79 años y Henry, oficinista de 82, se retiran a fin de mes y el viernes les tributaron un homenaje en la base.

Los amigos íntimos, que son verdaderas celebridades en la base, son los últimos de los que alguna vez fueron cientos de cubanos que llegaban todos los días para trabajar en la aislada instalación militar estadounidense.

Para ellos es una ocasión agridulce, el destete de uno de los últimos vínculos reales entre Cuba y la base estadounidense que ha sido una presencia irritante en la isla durante generaciones.

«Me siento un poco triste porque me retiro, pero me voy a mi país», afirmó La Rosa el jueves después de trasponer los alambrados de púas y un puesto de guardia custodiado por infantes de marina estadounidenses que separa la base del resto de Cuba.

Aunque la base es notoria por encerrar a sospechosos de terrorismo, en Guantánamo hay una ciudad cubanísima con un centro colonial y unos 250.000 habitantes. Se encuentra al noroeste de la base, separada de esta por montañas y pantanos. Una ciudad más pequeña junto a la bahía, Caimanera, es la más cercana a la base.

Una treintena de cubanos vive en el puesto, y el comandante de la base se reúne todos los meses con su contraparte cubano para discutir cuestiones logísticas y administrativas. Pero la base y Cuba no tienen casi nada que ver entre sí, y esa situación se pone de manifiesto todavía más con el retiro de los dos longevos trabajadores. «Es un verdadero vínculo simbólico que desaparece», comentó Jonathan Hansen, autor del libro «Guantánamo: una historia estadounidense».

La bahía de Guantánamo, considerada un puerto natural ideal, fue capturada por Estados Unidos a España en la guerra de 1898. Los estadounidenses la retuvieron durante la ocupación de Cuba y después obligaron al gobierno cubano a firmar un contrato por la base de 117 kilómetros cuadrados (45 millas cuadradas). Las relaciones se deterioraron después que Fidel Castro se adueñó del poder en 1959 y se tornaron en hostilidad abierta cuando el joven líder revolucionario abrazó el comunismo de estilo soviético.

Castro, que ha calificado la base como «una daga clavada en el corazón del suelo cubano», se ha negado a cobrar los cheques del contrato por unos 4.000 dólares anuales.

La indignación cubana se profundizó en enero del 2002, cuando Estados Unidos empezó a usar la base para encerrar en ella a prisioneros sospechosos de pertenecer a al-Qaida y el Talibán. Ahora quedan 166 prisioneros en comparación con 680 en junio del 2003. El presidente Barack Obama prometió cerrar la prisión poco después de asumir, pero el Congreso le impidió transferir prisioneros a suelo estadounidense y aquellos siguen prácticamente en un limbo.

Aunque Obama haya prometido cerrar la prisión, Estados Unidos no ha anunciado planes de ceder la base, que sigue siendo considerada estratégica por el gobierno estadounidense.

La mayoría de los cubanos quieren que cierre la base, aunque también sirve como «una hermosa herramienta de propaganda conveniente» para Castro, opinó Hansen, disertante en la Universidad de Harvard, que prepara una biografía sobre el líder cubano.

Los dos trabajadores que están por poner fin a su vinculación con la base no parecen interesados en cuestiones polémicas. «No nos metemos en política», aseguró Henry. «Cumplimos con las leyes de aquí y de allí».

Afirman además que nunca les pidieron que espiaran para uno u otro bando, aunque los dos han sido un importante canal de comunicación para las familias de los exiliados que huyeron de Cuba y fueron autorizados a asentarse en la base.

La Rosa, de risa fácil, dijo que la gente a uno y otro lado de la cerca los ha tratado bien. «Nos hacen bromas y aquí nos dicen que somos comunistas», comentó risueño. «Y cuando regresamos, nos llaman imperialistas». A lo largo de los años ha habido una declinación paulatina del número de cubanos que trabajan en la base.

A medida que los trabajadores envejecían y se retiraban, su número se redujo de centenares a una cincuentena para 1985, según un boletín informativo de la base, la Guantanamo Bay Gazette. En junio del 2005 quedaban Henry, La Rosa y otros dos, todos con salarios de unos 12 dólares la hora, un ingreso astronómico para los estándares cubanos, según otra hoja informativa de la base, The Wire. Actualmente, la mayor parte de los trabajos que solían hacer los cubanos están a cargo de trabajadores de Jamaica y Filipinas.

Después de salir de sus casas con gorras de béisbol y chaquetas en la fresca madrugada caribeña, La Rosa y Henry cruzan la cerca a la salida del sol. Desayunan en una casa cerca del perímetro mientras los militares entonan el himno nacional por los altavoces.

Los dos cubanos se trepan a una camioneta azul que circula por las calles de la instalación militar que parece un suburbio típico estadounidense con campos de juego, una escuela, una tienda por departamentos con supermercado, un cine y restaurantes de comida al paso. La base aloja a unos 6.000 militares, civiles y contratistas. Es un lugar tranquilo, a veces aburrido, donde los residentes suelen pasar su tiempo libre aprendiendo a bucear.

«A veces uno siente que está viviendo en dos mundos», comentó Henry, cuyos antepasados llegaron a Cuba desde Jamaica. Ha trabajado en la base 62 años. «Hay dos sistemas comoquiera que uno lo mire. Pero estamos acostumbrados».

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