La muerte de Mandela, una pérdida que conmocionó al mundo

Johannesburgo, 19 diciembre, 2013. (EFE).- Tras casi medio año en estado grave por problemas respiratorios, el expresidente Nelson Mandela falleció el 5 de diciembre a los 95 años en su casa de Johannesburgo, una pérdida que sumió en la aflicción a Sudáfrica y al resto del mundo.

Sudáfrica comenzó entonces diez días de luto oficial que concluirían el 15 de diciembre con el funeral de Estado, celebrado en la pequeña aldea de Qunu, en el sureste de Sudáfrica, donde Mandela creció y pidió ser enterrado.

Después de inmensas manifestaciones populares de duelo y celebración de su legado ante su antiguo domicilio en Soweto (otrora gueto negro de Johannesburgo) y la casa en la que murió, decenas de miles de sudafricanos y mandatarios de todo el mundo le dieron su último adiós el 10 de diciembre en el estadio FNB de Soweto.

El presidente de EEUU, Barack Obama, agradeció al pueblo sudafricano, en su discurso en el servicio religioso oficiado en el FNB, haber «compartido a Nelson Mandela con nosotros», y calificó al exmandatario como «el último libertador del siglo XX».

Los actos del adiós a Mandela continuaron al día siguiente en la sede del Gobierno sudafricano en Pretoria, donde se instaló una capilla ardiente por la que, durante tres días, desfilaron unas 100.000 personas.

Después del multitudinario adiós en Johannesburgo, Pretoria y otras ciudades de todo el país, Mandela fue enterrado con honores de Estado en Qunu, en una emotiva ceremonia a la que acudieron varios dignatarios internacionales y familiares y amigos del expresidente.

Madiba -nombre popular del héroe sudafricano- había ingresado el 8 de junio en el Mediclinic Heart Hospital de Pretoria en estado grave, aquejado de una infección pulmonar, en la que era su cuarta hospitalización en lo que iba de año.

El mundo temió por su vida en los días posteriores al 23 de junio, cuando su condición pasó de «grave» a «crítica» y su propia hija, Makaziwe Mandela, reconoció que el antiguo estadista podía morirse «de un momento a otro».

Mientras se sucedían las peregrinaciones para homenajearle frente al hospital, Mandela llegó, contra los pronósticos de muchos, al 18 de julio, el día de su 95 cumpleaños.

Consciente de que este podía ser su último aniversario, el mundo se volcó en la celebración, y los mensajes de ánimo y reconocimiento llegaron a Sudáfrica desde todos los puntos del globo.

Pese a las señales de mejoría que transmitían la Presidencia y la familia, el pronóstico de Mandela no mejoraba, y la última novedad mayor sobre su situación se produjo el 1 de diciembre, cuando fue trasladado, sin salir de su estado crítico, a su casa de Johannesburgo, donde siguió recibiendo el mismo tratamiento.

El que fuera el preso político más célebre de la historia ya no se movería hasta su fallecimiento de su casa, convertida en una unidad de cuidados intensivos y donde sus parientes más cercanos le visitaban ante la mirada de periodistas acampados en la calle.

La larga agonía del antiguo estadista estuvo también marcada por una agria polémica familiar.

La aparente inminencia del fallecimiento obligaba, ya en el mes de junio, a pensar en los detalles del entierro.

Encabezada por Makaziwe, la familia inició de urgencia un proceso judicial para lograr que los huesos de los tres hijos difuntos de Madiba volvieran a ser sepultados en la localidad de Qunu (este), donde el expresidente creció, vivía y había pedido ser enterrado.

La demanda destapó un escándalo macabro: tres años atrás, el nieto mayor del antiguo estadista, Mandla Mandela, desenterró en secreto de Qunu los restos de los tres vástagos del exlíder.

Sin contar con el acuerdo del resto de la familia, sepultó los huesos en la cercana localidad de Mvezo, donde nació su abuelo y en la que Mandla es jefe tradicional.

El juez dio la razón al grupo liderado por Makaziwe, y los restos regresaron el 4 de julio a Qunu para que Mandela pudiera descansar, en el que considera su pueblo, junto a sus hijos.

El proceso acarreó una polémica pública que enfrentó a Mandla con otros integrantes del clan, y que llevó al antiguo activista contra el régimen racista del «apartheid» y amigo de Mandela, Desmond Tutu, a pedir que se dejara de «escupir en la cara de Madiba».

La muerte de Mandela el 5 de diciembre a las 20.50 hora local (18.50 GMT) puso en marcha una de las despedidas de un jefe de Estado más emotivas, globales y multitudinarias de la Historia.

Aunque marcados por la tristeza, los sudafricanos se lanzaron a las calles para celebrar, con cantos y bailes y de un modo festivo que asombró al planeta, la vida del hombre que más hizo por cambiar las suyas y la historia del país.

Nadie, ni en Sudáfrica ni en el extranjero, olvida los sacrificios de Madiba por acabar con las humillación sistemática para los no blancos del país que supuso la dominación de la minoría de origen europeo.

Nadie olvida tampoco su liderazgo junto al último presidente del «apartheid», Frederik de Klerk, para facilitar una improbable transición pacífica en una Sudáfrica al borde de la guerra civil.

Ese logro les valió a ambos el premio Nobel de la Paz de 1993 e hizo posible que todos los sudafricanos vivan hoy en paz y democracia independientemente de su origen.

Nelson Mandela había salido de prisión en 1990 tras pasar 27 años de reclusión por su oposición al régimen racista, en cuyas cárceles contrajo los problemas respiratorios que le acabaron causando la muerte.

 

 

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