La carrera por una vacuna se acelera con Latinoamérica en centro de pandemia

TRAS LAS HUELLAS DIGITAL, BOGOTÁ, 07 de agosto, 2020.- Mientras el coronavirus continúa propagándose por el mundo, con Latinoamérica como epicentro de la pandemia, cientos de equipos científicos trabajan contrarreloj para encontrar una vacuna. El resultado parcial: 165 candidatas, de las que 6 se encuentran ya en la fase más avanzada y podrían estar disponibles para finales de este año.

Los contagios confirmados se han multiplicado por cinco en los últimos tres meses y la cifra global asciende a casi 20 millones de infecciones y 715.000 fallecidos -el 30 % de ellos en Latinoamérica-, por lo que contar, no con una, sino con varias vacunas es la prioridad para controlar el virus y hacer un retorno seguro a la normalidad.

“Toda la industria está trabajando sin descanso para una meta común: encontrar vacunas seguras y efectivas lo más pronto posible”, explica a Efe el director ejecutivo de la Federación Latinoamericana de la Industria Farmacéutica (Fifarma), Rafael Andrés Díaz-Granados, quien subraya que este esta “carrera contra el virus” es  “un reto para la humanidad”.

165 candidatas registradas 

Los ensayos de las vacunas han comenzado con pequeños estudios de seguridad in vitro o en animales (ensayos preclínicos) y sobre los resultados obtenidos se autorizó a comenzar las fases de pruebas clínicas en seres humanos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) registra hasta el momento 165 candidatas a vacuna: unas 140 todavía están en la etapa preclínica, incluidas dos de Brasil y una de Argentina, y casi 30 avanzaron a las pruebas en humanos.

De estas últimas, seis entraron ya el tramo final (fase III), en el que se evalúa la seguridad y la eficacia con decenas de miles de voluntarios antes de las aprobaciones regulatorias y la distribución.

En esas no se incluye, sin embargo, la anunciada por Rusia, que se encuentra en la última fase de pruebas y podría ser inoculada a una parte de su población desde octubre, algo sobre lo que la OMS se ha mostrado cauta.

¿Qué tipos de vacunas son?

Las candidatas a vacuna buscan proveer un antígeno que en sí mismo no cause la enfermedad, pero que genere una respuesta inmunitaria y bloquee o elimine el virus si una persona se infecta.

Las plataformas generales que se están trabajando para lograrlo son cuatro: el uso del virus mismo, en forma atenuada o inactivada; los vectores virales, es decir el uso de virus modificados; las instrucciones genéticas (ADN o ARN) para que el organismo replique una proteína de coronavirus y genere una respuesta inmunitaria y directamente las proteínas o subunidades proteícas de SARS-CoV-2.

Con esa base, prácticamente todos los equipos de investigadores han impulsado alianzas.
 

Un ejemplo es el proyecto de vacuna de proteína desarrollado a partir de una contra la influenza de la francesa Sanofi y con la tecnología “adyuvante” para uso pandémico de la británica GSK, que puede reducir la cantidad de proteínas necesarias por dosis y multiplicar la producción.
 

Las más avanzadas

Tres de las seis vacunas más avanzadas y que pueden estar disponibles este mismo año se desarrollan en China, mientras que las otras son de las farmacéuticas estadounidenses Pfizer (que trabaja con la alemana BioNTech) y Moderna y de la británica AstraZeneca, esta última en colaboración con la Universidad de Oxford.

Las tres chinas se basan en el virus inactivado, las dos de origen estadounidense usan técnicas de ARN y la de Astrazeneca se centra en un vector viral.

En el caso de Pfizer, se emplea el “‘ARN mensajero’, una copia de la información genética que tiene el virus a partir de la cual fabrica la llave (proteína) que utiliza para ingresar a la célula humana y producir la infección”, explica a Efe Alejandro Cané, jefe de asuntos científicos para América del Norte de la división de Vacunas de la compañía.

Cané defiende que esa tecnología es más segura porque no se manipula el virus entero y permite producir gran cantidad de vacuna en un periodo más corto a gran escala.

A la fase clínica se acaba de sumar también Janssen, de Johnson & Johnson, cuyo prototipo, de una sola dosis, usa la tecnología AdVac, con un adenovirus (AD26) como vector y que también utilizó con éxito para sus vacunas contra el VIH, el virus sincitial respiratorio y el zika.

Una velocidad inédita  

La OMS, que declaró la pandemia el 11 de marzo, vaticinó que se tardaría al menos un año y medio en encontrar una vacuna, pero los rápidos avances han alimentado la esperanza de que ese tiempo se acelere.

“El tiempo usual para obtener una vacuna es 10 años. En la historia la que más rápido se ha licenciado es la vacuna contra las paperas, que se demoró cerca de 5 años, pero con el coronavirus estamos intentando hacerlo entre 12 y 18  meses”, dice a Efe el médico Eduardo Ortega-Barria, vicepresidente y director de Investigación Clínica para Latinoamérica de GSK.

De acuerdo con los expertos, esa extraordinaria velocidad se ha alcanzado a través de alianzas estratégicas entre farmacéuticas, biotecnológicas y universidades y con un sistema de producción adelantado, antes de saber si los ensayos clínicos darán los resultados esperados.

“Es una producción a riesgo. Manufacturan con los dedos cruzados. Si la vacuna no es exitosa van a ver perder su inversión. Pero si funciona, van a ver acortado de forma muy importante el tiempo para distribuirla”, señala el director de Fifarma.

Ese es el plan de Janssen, que se ha propuesto suministrar más de mil millones de dosis a largo de 2021, para lo cual, antes de la demostración final de la eficacia y en paralelo a los estudios, plantea adelantar la producción y evaluar su sistema de distribución, explica su vicepresidente de Asuntos Médicos para Latinoamérica, Josué Bacaltchuk.

Los expertos coinciden en que, ante la demanda mundial y una población de 7.000 millones de personas, se necesitará mucha velocidad y varias vacunas ya que ningún fabricante tiene el alcance de producción necesario.

“Debemos ser contundentes: necesitamos varias vacunas para responder a la meta de la OMS de cubrir en un primer momento a un 3 % de la población, entre profesionales de la salud y poblaciones de mayor riesgo, y luego un 20 % de población adulta más vulnerable o con comorbilidades”, advierte Bacaltchuk.